Saboreaba una tarde de la pasada semana, en el Dolce&Salato, una tacita de chocolate caliente, mientras compartía una interesante conversación con mi amiga y emocionada emprendedora Uxía.
Y además de hablar sobre lo divino y lo humano, la familia, los niños y los maridos, también trabajamos un poquito en el naming de la marca de su nuevo proyecto. «Lo que no se comunica no existe» es cierto, pero cuando decidimos que es el momento de llamarle por su nombre, debemos estar muy seguros de que el nombre que le hemos puesto a nuestro hijo -para siempre-, no sólo nos fascina, sino que seduce a todo aquel que lo perciba a través de sus ojos y de sus oídos, enamora a todo aquel que se lo imagine y eriza el vello del que lo palpe. Un nombre, sí, puede provocar todo esto.
Si conseguimos acercarnos a nuestros públicos desde el primer contacto a través de una conexión especial, aportándole ya una experiencia única que nos confiera diferenciación positiva en su mente, podremos consolidar esta primera impresión, que cuenta y mucho, y comenzar a ser especiales desde el primer momento. Porque dar vida a una marca es un nacimiento en el “mundo real” de nuestros públicos.
Con lo fácil que debería ser bautizar una empresa o marca nueva y los despropósitos que se ven por ahí…
Nombres in recordables,( en dos palabras que diría Jesulín) impronunciables, o que para nada recuerdan, (sino más bien todo lo contrario) al servicio o producto que se ofrece en el mercado.
Muy cerca de nosotros hay una residencia de la 3a edad que se denomina "El descanso".
Si a ello añadimos la tipografía un tanto gótica y el color negro de su letra, falta que cualquier día alguien, (o incluso yo misma), pase por allí con un pincelito y pintura del mismo color y escriba: Eterno…
¡Con lo fácil que es no bautizar a un hijo con el nombre de Sisebuto…!
no sabía yo lo del Descanso…si es que a veces sólo hace falta un poco más de sentidiño, de aplicar la lógica de la vida a la de la empresa
gracias, carmen