Acabo de regresar de un corto viaje por el norte de España. Tan fugaz como intenso, tan improvisado como completo, tan vacío de objetivos de negocio como desbordante de sensaciones…
Y es que sólo cuando despistamos a nuestro procesador cognitivo y cedemos conscientemente terreno a los sentidos, a las emociones, a las sensaciones… conseguimos disfrutar de verdad con las experiencias que nos regala la vida.
Y sólo cuando soy libre de prejuicios y pensamientos que condicionan mis experiencias, consigo apreciar el color amarillo de las toallas del hotel (toda una licencia, la del color, para un establecimiento de lo más clásico) o percibir la armoniosa presentación de las frutas, carnes y pescados en el Mercado de Abastos (un silencio magistral y un glamour sin igual para un mercado), lo “borrascoso” de los prados bofeteados por las ráfagas del temporal, o incluso la sensación de las fabes… que se deshacen sin compasión en mi boca.
El gusto, fue mío.