Me venció la curiosidad y la
impaciencia. Abrí de nuevo el clutch
de plumas y rebusqué. El bolso parecía más grande y desordenado que nunca. Las
llaves, los pañuelos de papel, el corrector de ojeras, el gloss, la agenda “¡Todo menos el móvil! Si hace solo unos minutos
lo tenía entre mis manos —pensé— ¡Pero cómo podía ser tan impulsivamente adicta
a algo tan inerte como un móvil!”.
Levanté la cabeza. En la mesa
sólo había un agua con gas y unas almendras. Y el libro. Lo cogí. Leí otra vez
por encima la vida del autor. Observé su foto. Deteniéndome en cada rasgo; sus
ojos, su sonrisa, sus labios, sus dientes. Casi palpaba sus rizos. Sí, era muy atractivo.
Él, su manera de escribir y su vida me habían seducido y solo quería conocerle
de una vez. Necesitaba sentir su presencia e invocar todas las sensaciones que
me había suscitado su novela. Sentirlas junto a él. Encontrarnos los dos. Una
firma suya y le devolvería la libertad. Para siempre. Sin esperar más.
—¿Silvia? —preguntó acercándose—.
¿Eres tú, Silvia?
Me quedé muda. Me había reconocido.
O tal vez había podido ver su novela sobre mi mesa.
—Sí, soy Silvia —contesté de
golpe—. Y tú, ¿eres Carlos, verdad? —continué incorporándome.
—Tal vez hoy cambiará el mundo. O tal vez no —pronunció repitiendo
el comienzo de su libro—; pero solo
Bordeaux y nosotros lo sabremos —susurramos los dos al unísono.
—Bordeaux —dijo—, ¿te apetecería? He pensado que será lo mejor para
empezar nuestra historia —añadió.
Era guapo a rabiar. Yo no estaba loca. Solo loca
por saber más sobre él. Y de nada me serviría una simple firma para llenarme el
alma. Estaba dispuesta a irme a Bourdeaux
¡Y a cualquier ciudad que él me propusiera!
Carlos alzó la mano. La camarera
se acercó sonriendo, como si lo conociera.
—¿Qué deseas, Carlos?— preguntó
con un tono malicioso.
—Un Bordeaux, Laura. Rosado y frío, por favor. Frío como la venganza
—aclaró—. Mi amiga Silvia y yo vamos a brindar por mi libertad.
No estaba soñando. Habíamos
recitado juntos las primeras líneas de su novela. Carlos había sucumbido a mis
miles de mensajes, a mis investigaciones más silenciosas, a mi pasión enfermiza
por él. Lo había echado de menos. Sin conocerle a penas, se había convertido en
alguien muy especial. Tanto, que yo misma pensaba que si continuaba así, pronto
podría sentirse acosado. Por eso le había propuesto conocernos, para saciarme,
para calmarme. Era el momento de desnudarnos y contarnos la vida. “Una firma y
serás libre —había sido mi promesa—, no te pido más”. Él había aceptado y propuso
aquel local de La Moraleja, cerca de su residencia. “Me inspira mucho— me dijo”.
Pero ahora que lo tenía allí, a mi lado, pensaba que con solo una firma, aunque
fuese una firma suya, no me llegaría para nada. Nada.
*relato presentado al II Concurso de Microrrelatos ELLE, convocado por ELLE. RELATOS CORTOS
has elegido un buen camino
y lo haces bien
miguel vigo
Cada vez quieres más de tus protagonistas. Pues tendrás que conformarte de momento…
Y qué remedio, María Luisa, jejeje. Lo único bueno es que el que escribe…tiene bastante poder con los personajes. Magia. Gracias.
Cada vez quieres más de tus protagonistas. Pues tendrás que conformarte de momento…