“Nunca contó con ser afortunado. No lo había sido ya y creía
que tampoco le quedaba mucho tiempo para cambiar su suerte. Ni tiempo, ni
actitud. Porque para cambiar algo, hay que invocarlo desde dentro. No es solo
cuestión de pensarlo una vez.
Julio no deseaba nada más que trabajar. Ahí había
encontrado el sentido, el único sentido de su vida. Ser el mejor abogado del
mundo le permitía olvidarse de todo lo demás. No existían las mujeres ni momentos
para dedicarles ternura; no existía ternura ni otras pasiones banales para él. Tampoco
fines de semana ni festivos que pudieran aportarle emociones extra. Solo trabajo,
expedientes y juicios y un gran despacho en un noble edificio del centro de la
ciudad. Lo era todo. Cada día recorría el mismo camino. Durante los mismos 20
minutos de ida y exactos 20 de vuelta. Iniciaba pronto la jornada, con una vestimenta
impecable y su inseparable cartera de mano, que oscilaba con elegancia al
caminar; y terminaba cuando casi nadie paseaba por las calles. Solo la lluvia y
la noche con él. Nadie le esperaba en casa. Un sándwich mixto y un vaso de
leche caliente con miel mientras leía novelas de viajes antes de acostarse. Así
el invierno y así el verano. Sin sus vacaciones. Sin sus diferencias.Su carrera había sido prometedora. Como él. Pero con el paso del tiempo, Julio consideraba
que habían fallado muchos pilares en su vida y se había convertido en un
auténtico workaholic. Blindado
emocionalmente a su manera, nada podría apartarle de la serenidad que había
alcanzado con mucho sacrificio personal. El trabajo era su tablón de roble. Huérfano
de padre y madre desde los dos años. Un escalofriante accidente de tráfico
había situado su hogar desde niño en casa de su única tía, hermana de la madre.
Una señora ya jubilada en aquel amargo momento, con una vida disciplinada al
extremo como a él le había inculcado. Sin glorias ni excesos. Solo con las penas.Nada de novias después de María. Ella había sido su chica. La
única alegría consentida por la que incluso hubiera echado a perder su carrera.
Su tía lo hubiera desheredado si estuviera viva durante el largo noviazgo con
la bailarina. “El espejo de la foto de mamá”, pensaba Julio, “es guapa y alegre
como ella”.
Pero María le había decepcionado. Era como un volcán: deslumbrante
e impredecible. Una compañía de ballet le había propuesto hacer gira por Europa
y María no lo había dudado. Ni tampoco pensado mucho. El baile era su pasión
desde pequeña. Se fue.
Con María se fueron también sus esperanzas y volvieron las
rutinas. Sin embargo, Julio compraba cada semana un billete de lotería y cubría
con su mejor caligrafía los boletos para los sorteos de viajes que le entregaba
la cajera del supermercado. Cada sábado por la mañana, a las 10 en punto,
adquiría la lista de productos necesarios para afrontar los próximos 6 días.
Una lista sobria de latas y comida prefabricada para salvar el tipo. No era muy
cocinitas. Pagaba y guardaba los boletos en la cartera. De regreso a casa,
antes incluso de ordenar meticulosamente los víveres en la despensa,
cubría afanado los boletos en la misma
mesa de la cocina como un niño que escribe la carta a los Reyes Magos. Tal vez,
en el fondo, Julio tenía algún deseo oculto que no se permitía exponer ni a su
propia consciencia.
Era el primer sábado de septiembre. Le había tocado un
caluroso verano gallego, inusual. Pero nada le había despistado de su rutina.
Mucho trabajo. Como todos los sábados se acercó a hacer la compra y la cajera
le sonrió al entrar. Julio la saludó serio y distante, a pesar de que ella
insistía siempre en arrancarle una sonrisa o alguna palabra. La cajera le
sonrió señalando al mismo tiempo el panel donde publicaban los resultados de
los sorteos. Julio se sintió molesto. No quería pararse demasiado; estudiaría
mucho aquel fin de semana. La empleada insistió con sus gestos, no tenía
intención de dejarle acceder al local hasta que le hiciese caso.
— Don Julio, creo que debería acercarse a ver el
cartel de ganadores del sorteo —se dirigió a él alborotada—, parece que hay una
buena noticia para usted.
— ¿En serio? —dijo Julio nervioso— ¿me está
diciendo que me ha tocado un viaje, señorita?
Le temblaron las piernas, le sudaron las manos,
la cara le forzó una sonrisa lateral de unos labios que no acostumbraban a
hacer esa mueca. Se desabrochó el primer botón de la camisa. Sudor y frío. Esta
emoción no la conocía, se sentía incómodo. Leyó su propio nombre en el papel:
Julio Rocha de la Cruz. El nombre del ganador de la semana de un viaje a
Granada. Era él. La cajera le observaba dichosa. Él la miró. Sonrieron juntos.
— Le enviarán a casa los billetes, Don Julio,
vaya preparando las maletas —, le dijo— a no ser que quiera llevarme con usted,
que en ese caso debería hacérmelo saber
con tiempo para pedirme unos días —continuó atrevida la cajera.
Julio no le contestó. No sabía cómo reaccionar. Decidió dar
media vuelta y subir a casa. Para asimilarlo solo.Encendió el ordenador del despacho y clicó en Favoritos la
web de loterías y apuestas del estado. Mientras cargaba la página, buscó en su
maletín de cuero el boleto adquirido el pasado lunes. Solo por llenar el rato y
tenerlo en sus manos porque siempre compraba el 51169, el día de su cumpleaños. No lo encontraba. Hurgó en el
bolsillo exterior donde nunca solía guardarlo. Era muy metódico. El número de
papel estaba allí esta vez. Doblado, casi insignificante. Se sentó a esperar
frente al ordenador. Aquel aparato cada día iba más lento. “Sorteo de Lotería
Nacional. Resultado del sábado 7 de septiembre de 2014”, leyó. El estómago se
descomponía y la boca se quedaba sin saliva. Pero pudo continuar leyendo, ahora
en voz alta. “Primer Premio, 600.000,00€ a la serie 60664 Repartido en…Premio
especial…” Nada. ¿Pero cómo podía pretender…? “Segundo Premio, 120.000.00€ a la
serie 51169 Repartido en…”Llamó a un compañero de despacho y le entregó varias carpetas
amarillas con los casos pendientes y un poder de representación ante las
cortes. El lunes 16 de septiembre volaba desde el aeropuerto de Peinador a
Granada, vía Madrid. Con nada más que una maleta de mano y la ilusión de hacer
un viaje. Sin libros ni expedientes. Hacía algunos años que necesitaba respirar
otros aires, coger energías nuevas para continuar ejerciendo. Pero esto no se lo quería reconocer ni a él
mismo. Ahora era el momento de pedirle a la vida todo lo que le había fallado. Todavía
se frotaba los ojos, intuyendo que le quedaba algo especial por vivir. Sobrevoló
la ría de Vigo, con las islas Cíes cerrando la boca del mar; dejó atrás
Pontevedra, Bueu, Ourense, los verdes campos gallegos y los sinuosos ríos. La
rutina.
Llegó a Granada. Se despojó de ropas y prejuicios, de
disciplina y desgana. Quería ser otra persona. Al menos, durante unos días. Sintió
el aroma diferente del sur en su cuerpo, cálido y húmedo. Visitó la Alhambra,
con sus muros rojizos de arcilla, su luz especial, sus fuentes alegres y sus
jardines de buganvillas y azahar. Se imaginó el descanso y sosiego de los
sultanes en la cara, en el pecho, en los hombros. Se sintió más ligero que
nunca. Paseó por el casco histórico, curioseando sin rumbo las tiendas y perdiéndose
entre las gentes bulliciosas de las calles de Recogidas y Zacatín. Entraba y
salía a sus anchas. Tocándolo todo
curioso, mirando con avidez. Le faltaba tiempo. Deseaba continuar viviendo de
aquel modo despreocupado e inusual para él. Disfrutó asomado desde el Mirador
del Albaicín de la alegría de la ciudad, con sus flores. Atardecía. Desde allí
arriba, poderoso y ganando cada vez más presencia, se sintió romántico y libre,
como un ave. Seducido por tanto encanto y por un estómago que por primera vez
en mucho tiempo daba muestras de apetito, paró un taxi.
— Buenas noches —le dijo al taxista— ¿me
recomendaría algún lugar para cenar?
— Buenas noches, caballero. Lo haré encantado —le
contestó con su acento andaluz—, ¿es hoy su primer día en Granada?
— Sí, he llegado solo esta mañana. Tengo los pies
destrozados, pero Granada me ha atrapado y no quiero regresar al hotel todavía.
Hacía mucho que no disfrutaba así—. Las palabras cantaban solas una melodía
diferente. Era él, Julio Rocha de La Cruz. Dejó caer el cuello hacia atrás,
para continuar descargando tensión y liberándose de su pasado. “Así mejor”,
expiró ¡No se reconocía!
— ¡La
Vin, compae! Tapitas
y flamenquito le sugiero yo. Le acercaré al Sacromonte a ver si le encandila
una bonica y sigue disfrutando la
noche, gallego.
Al llegar al restaurante se despidió del taxista y pidió,
decidido como nunca, cenar cerca del escenario. Le asignaron mesa alta con dos
taburetes. El local olía a humedad y a jamón. A cante jondo y madera. Observó desde la ventana el patio, con luces,
con claveles rojos, con farolillos de lunares. Parecía una pequeña romería. Después
de examinar ausente el exterior, escrutó dentro. Buscaba con ojos nuevos. Las
paredes verdes casi cubiertas de fotos de bailaores, guitarristas, cantantes,
clientes famosos. Gente. Él era el único turista solitario en aquel colorido
restaurante. “Nada me impone esta noche”, pensó. El joven camarero le sirvió el
menú estándar: remojón granaíno, pescaíto
frito y una cerveza bien fría. Comía saboreando una tierra de raza auténtica y
distinta para sus sentidos. Vivía el momento absorto como sin ser dueño de sí
mismo. Todos hablaban a su alrededor y el alboroto le hacía sentir bien, acompañado.
Bebía a sorbos fríos, despacio, intentando alargar aquella experiencia tan diferente
y ansiada.
Se apagaron las luces de la sala y sonó una guitarra
desgarrada. Los acordes se diluían en el aire mágico de aquella noche, hasta
alcanzar el más profundo y casi doloroso silencio. Durante unos segundos Julio
se apretó el corazón. Lo sentía. El lamento de una voz andaluza de hombre, puso
fin de repente al momento sagrado y unas palmas sonoras acompasaron los golpes
secos de un tambor. Puro flamenco y pura pasión. Aquel arte le dolía. “Oleee”
—alguien gritó desde el fondo de la sala—. Y los tacones negros de una mujer irrumpieron
sonoros sobre el suelo de madera del escenario, como queriendo romperlo. Fuertes
los tacones. Marcando un ritmo enérgico, elevándose sobre los demás sonidos. La
bailaora imparable se movía en las sombras del tablao, entre los músicos. Dentro
de una falda negra larga que marcaba una preciosa silueta. Los volantes
dibujaban figuras en el aire mientras sus piernas no paraban de alzarse. Daba
vueltas y más vueltas. Julio recorrió su cuerpo esbelto. Con sus ojos nuevos y
con toda su alma centrada en el cuerpo de la mujer. Lo hizo una vez. Después
mil veces más la recorrió. Los brazos eran aspas agitadas. Flamenca.
Apasionada. El cabello negro brillante, recogido en una cola y un abanico rojo
que jugaba a seducir, escondiendo el rostro. Guapa y alegre. En un gesto brusco
el clavel se desprendió de su pelo y lo recogió con gracia del suelo,
lanzándoselo a Julio. A veces desde la oscuridad todo se ve mejor. Ya bailaba
solo para él. Julio no le apartaba su mirada, ni su vida. De nuevo un momento
sagrado de silencio y quietud puso fin al espectáculo. El foco del escenario se
encendió y toda su luz se clavó sobre el rostro de la bailarina aportándole más
presencia. Saludó exhausta al público, agradeciendo la magia. Julio se agarró
de nuevo el corazón. Ella bajó de un salto el peldaño de la tarima saliendo del
escenario y rompió a llorar sobre él.
—Toda mi vida bailando para encontrarte y al fin aquí estás.—¡María!
Se volvió loco. Se dejó hechizar. Se embriagó. Se consintió
de nuevo la alegría.”
Sonrisas, abrazos, alboroto, calor humano…. Y entran Los
Dos, por separado pero unidos desde ya para siempre con la mirada; con
sencillez pero solemnes. Todavía incrédulos. Habiendo deseado aquello desde
siempre. Esperando su llegada los que también serían suyos en el camino de la
vida a partir de ahora. Y rezuma el calor humano, que ya se hibrida con el
aroma virgen del olivar del cortijo. ¡Ojalá no volasen los minutos y pudieran recuperar
todo el tiempo perdido! Y vienen y van sin cesar delicados bocaditos, bebidas
para endulzar si cabe más. Hay corros de gente que se ríe, bailaores, grupos
que se fotografían entrelazados queriendo inmortalizar el momento y contagiarse
de su pasión, parejas incipientes que se susurran, niños que disfrutan de hacer
como hacen los adultos. Fluye el frescor de la noche de finales de septiembre y
el calor de la gente y las ganas de fiesta. ¡Que no falte nunca la fiesta! Y
llega la hora de las palabras. Palabras que emocionan. Juntos, siempre juntos
ya, porque a pesar de todo siempre se adoraron, se admiraron y proyectan tanto
sentimiento que a todos les gustaría sentir en su piel. La noche acaba pero
empiezan de nuevo su vida juntos como cuando eran jóvenes. La música amenaza,
el baile la adorna, la barra del bar nunca está sola. María baila y ríe, por
una vez ríe más que baila. Julio no cesa en su empeño por hacer reír a María,
por retenerla en sus brazos, por ser feliz al fin. Se besan, se bailan, se
desean. La música cesa un instante. Julio de repente piensa en todo lo que ha
dejado en Galicia. Se alegra. Se olvida bruscamente de tanta rutina. Ha
encontrado el verdadero sentido de su vida. Se ha desbloqueado…Y mientras, Los
Dos, agarrados, se recrean en un momento tan mágico que no quieren olvidar. Ni
un minuto, ni un momento que ya es suyo también, para siempre.
*Relato publicado en el libro del Taller de Escritura Creativa de Carmen Posadas.¿Quieres ayudarme? Si te ha gustado, me encantaría que lo comentaras en este enlace donde está publicado.
relatos cortos
escritora
muchas gracias miguel, lo mismo digo
Guapa, para mí es familiar,pero me encanta esa pasión y lo releo con regusto.¡ ENHORABUENA!!!,Un fortísimo abrazo.
gracias luisa, la pasión es la que impregna la ciudad. un abrazo gallego
La ciudad de Granada…y la de Vigo. UN ABRAZO MALAGUEÑO.
La ciudad de Granada…y la de Vigo. UN ABRAZO MALAGUEÑO.
Elba….deslumbrante, me has llenado el corazón de emoción y sensaciones…¡¡qué maravilla!! Sigue haciendo sentir….
Granada llena de pasión a todos. gracias
hola ,me gustaria mostrarle a alguien un relato que he estado escribiendo ,busco sólo una simple opinión de esto mi correo , monomiogy05a@email.com
discúlpen mi correo es monomiogy05a@gmail.com , lo escribi como mail pero es gmail ,espero su respuesta.
Escribe a elba@pedrosacomunicacion.com