Una vez te comenté que estaba empezando a descubrir las ventajas de esta circunstancia inevitable de la vida que es irse haciendo mayor… «puedo escribir y no disimular…», como dice Fito, y yo añado: puedo contar las cosas tal y como me parecen y comienzo a tener una mayor credibilidad por eso de la edad que presupone experiencia.
Con Amelie y Romero compartí el pasado viernes una apacible tarde en un lugar que inspira paz, que seduce por una singular combinación de silencio y energía, de quietud y de vida, de bienestar.
Y hablamos, y volvimos a hablar, de divinidades y humanidades, del amor y del desamor, también, del trabajo y, cómo no, del ocio, del esfuerzo y de la pasión.
Pero dime (y dime, por favor, que no): ¿de verdad que esto de la cultura del esfuerzo– de la que tanto escuchamos hablar últimamente como si fuera una fórmula magistral y novedosa- es algo nuevo? ¿no sabías nada sobre esto? ¿de verdad que hasta ahora hemos trabajado con otras intenciones que no fueran las de dar lo mejor de cada uno? ¿todo lo que está sucediendo es por falta de motivación, que tiene por cierto mucho que ver con el esfuerzo y los resultados? ¿tenemos que creernos que vivíamos ajenos a la ilusión de conseguir unos objetivos o, mejor aún, sueños?
Pues yo, y otros como yo, no lo creemos. Ya nos sonaba mucho esto del esfuerzo…
Quizás sea necesario continuar esforzándonos, motivándonos, ilusionándonos, cada vez. Tal vez tengamos que continuar iniciando proyectos y dando cuerda a nuevas ideas. Tal vez.
Pero hablemos de continuar, de cambiar incluso, lo que -como dice Franc Ponti– funciona bien , por aburrimiento o por inercia…
Solo pido que eso de la cultura del esfuerzo no sea algo nuevo para tí. Dime, por favor, que formaba ya parte de tu vida antes de convertirse en moda.