Está muy de moda eso de las píldoras de conocimiento o dosis intensivas de contenidos “imprescindibles y de alta eficacia”. En este caso, he elegido una píldora de amor y lujo, que ya me la venían pidiendo cuerpo y mente un tiempo atrás. Así que, Burdeos fue el destino y Ryanair la compañía aérea. De la acogedora ciudad, de sus callejuelas adoquinadas, sus románticos viñedos de Saint-Emilion o de sus olorosos chocolates, lo que diga es poco. Y qué sensual resulta todo esto aderezado con el idioma francés. Todo un lujo. Todo amor.
De la aerolínea, Ryanair, puedo comentar no una, sino varias experiencias también agradables: empezando con el atractivo precio, continuando con la perfecta atención de sus azafatas y del personal de tripulación y terminando con la simpática melodía de trompeta que suena al aterrizar el avión en hora y que provoca sonrisas entre los pasajeros: tururú, tururú… Ya le gustaría a muchos otros, ya, poder dispensar un trato tan digno como Ryanair durante el vuelo. Resulta sorprendente el recorte de servicios al cliente que paulatinamente las grandes compañías aéreas han ido efectuando. ¿No era que había que cuidar mucho al cliente, conectar emocionalmente, establecer vínculos que funcionen-por si acaso-más allá de la razón?
Estos días de compras navideñas, de amor y paz, resulta también decepcionante el comportamiento de algunos comercios: que te cobren las bolsas, que no te envuelvan los regalos o que nadie sepa nada de ese juguete que estás desesperadamente buscando.
¡Menos mal que nos queda Papá Nöel!
No era esa compañía aerea la que habia querido cobrarle a un médico un café que pidió para darle de urgencia a un viajero con principio de infarto en uno de sus aviones y que ni contemplaba la posibilidad de aterrizar de urgencia?